La reina Sofía era una verdadera extranjera cuando llegó a la realeza de España. Ella misma se ha referido a la época como aquella en donde “no éramos nadie”. Todo le costaba el doble, es que ni siquiera hablaba un español fluido cuando arribó al país para sentarse en el trono.
La esposa del rey Juan Carlos se había educado en Grecia y Alemania bajo la tradición danesa. Junto a sus estudios traía consigo cierto aire monopolizador y cosmopolita que poco salía agradarles a los miembros más antiguos de la corte de Franco. Incluso debió soportar más de una envestida en su contra por su forma de pensar.
Poco a poco, la reina Sofía se entró sola y se dispuso a no ganar amigos para tampoco tener más enemigos de los que ya le habían declarado la guerra. Carmen Polo, esposa de Franco, fue su más acérrima adversaria. Es que la mujer estaba más que convencida que la candidata perfecta para el futuro rey era su nieta Carmen Martínez-Bordiú.
Doña Sofía aprendió a cultivar en sus primeros años en España la discreción, la paciencia y la lealtad. Después de todo fue educada para convertirse en reina y sabía todo lo que podría suceder. Recordemos que ha sido la última consorte con sangre real y que su educación incluyó todo lo necesario para mantener a flote la tradición de la corona.
Todos quedaban sorprendidos con la templanza de la esposa del rey Juan Carlos que era boicoteada permanentemente. “La preocupación es debilidad, la serenidad es fuerza”, dicen quienes la recuerdan de esa época que repetía sin cesar la reina Sofía. La frase le daba fuerzas para mantenerse en pie en medio de tanta soledad y del vacío que supieron hacerle. Fueron años duros aunque también muy felices, ya que al comienzo de su matrimonio todo era romance con su marido.